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CROWDED, VISITED,
FAR AWAY / CONCURRIDO, VISITADO, ALEJADO
Podría pensarse que la característica, si no del todo distintiva, al menos coyuntural de este Rudolph Castro que ahora exhibe su más reciente producción es la extraterritorialidad, no sólo en lo que hace a la diversa ubicación geográfica de sus motivos, sino a la ausencia en ellos de marcas demasiado reveladoras de identidades sociológicas, de toda excesiva empatía con rasgos regionales, o de complicidades geográficas demasiado evidentes. Como si el nomadismo implícito en el hecho de que haya elegido, según su propia confesión, escenas y escenarios de Lima, Santiago y Buenos Aires no sólo tuviera que ver con sus desplazamientos físicos como artista sino con la transitoriedad, la provisoriedad y ajenidad de la mirada, y la adopción de un punto de vista a medias lejano, a medias incómodo, sesgado, oblicuo, para bosquejar los rasgos básicos, sintéticos, exteriores, de personas, acciones, situaciones.
Pero ese borramiento de todo detallismo fisionómico o de vestimenta, esa indeterminación de datos relevantes en cuanto a cualquier atisbo nítido de identificación, junto a una suerte de aislamiento artificial que Castro impone a sus descripciones edilicias y personajes, genera la fuerte impresión de que una común intemperie disuelve la singularidad de sus figuras, convirtiéndolas en prototipos o, en todo caso, en sumisos actores de roles mecanizados, tipificados por el uso social, inscriptos como cifras en la anónima matemática de la urbe. Así es como someras anécdotas y construcciones pugnan por respirar en el blanco pregnante del papel que es como una cruda luz de gabinete antropológico, una nada que ha cegado toda referencia contextual para imponer la evidencia de un destino de unanimidad sin singularidad ni historia, como si el protagonista, el habitante de determinados lugares fuera apenas un remedo de calco pompeyano, un caprichoso fantasma de prosaico manierismo ubicado casi incorpóreamente en el mundo.
Y ahí también está la abismal negrura equivalente de unos cielos pétreos e impenetrables, que caen como telones fatales detrás de la prolija perspectiva angular que el artista utiliza para disolver, en un arbitrario recorte arquitectónico de encuadre desplazado y ángulo en contrapicado, el eventual pintoresquismo de cualquier rincón urbano. Con un dibujo sensible, potente, dinámico y estructuralmente muy sólido, Castro parece desmarcarse tanto de la precisión documental como de la expresividad autosuficiente, para concentrarse en una suerte de universal neutralidad dramática, donde hasta esas locaciones, actitudes e individuos que lucen formalmente tan diferentes resultan esencialmente idénticas. Como si las hipótesis y manifestaciones frontalmente políticas que tiñeron su producción inmediatamente anterior hubieran llegado a un estado de desgaste terminal en su explicitación comprometida y dieran paso ahora a una letanía desapegada, a una atemperada toma de distancia que busca la clave ecuménica allí donde otros sólo ven episódica localía.
Eduardo Stupia
Buenos Aires, Agosto 2015